domingo, 5 de junio de 2016

Budnik, de Juan Carreño

Juan Carreño (Rancagua, 1986) es autor de dos libros de poesía: Compro fierro (Lagartija Ediciones, 2007; Balmaceda Arte Joven Ediciones, 2010) y Bomba bencina (Das Kapital, 2012). También participa activamente en la Escuela Popular de Cine, con quien levanta en poblaciones de todo Chile el Festival de Cine Social y Antisocial, denominado FECISO. En este momento, prepara su primera novela, Budnik, la cual se publicará en Cinosargo Ediciones. Dejamos con ustedes algunos fragmentos de ella. 

Fotos de Cristóbal Olivares

Material publicado en la revista Agua Maldita N° 3 (septiembre, 2015).


1.

Y todo esto me hace recordar cuando mi mamá me llevaba a robar al supermercado. Pasta de dientes, desodorantes, colonias, de todo eso. Lo malo es que de todo lo que vendía no me daba ni uno a mí. Así que dejé de ayudarla, para siempre. Me fui de la casa y me fui a vivir a un tubo de cemento Budnik que hay atrás o adelante de las plantaciones del Antumapu. Vivía solo y dibujaba lo que quería. Era totalmente libre. Y vivía de la basura. O sea, no es que me la comiera, sino que recolectaba lo que la gente iba a botar (sobre todo vecinos de las poblaciones cercanas o angustiados que iban a tirar desperdicios de construcciones, ropa, cachureos, cosas así) y vendía mi mercadería en la feria o, si no, a la chatarrería de la tía Queca, la madrina de todos los desabrigados y malditos, como yo. Por aquel tiempo ya no extrañaba a mi familia y prefería que estuvieran muertos. Pero en fin. Era feliz. Hasta que un día llegó gente a instalar una mediagua del Hogar de Cristo al lado, pero justo al lado, de mi tubo de cemento. Padre Hurtado y la conchetumare, pensé yo. Era un viejo culiao flaco y chico que se pasaba el día tomando cocacola con tapsín y su señora, una guatona con mirada de vaca que de una radio a pilas se las pasaba escuchando casets piratas de música evangélica a la sombra de unas mallas ferianas. Ambos comenzaron a quitarme toda la basura y, más encima, como yo era chico, no podía ni defenderme. La primera vez que les intenté quemar la casa, el viejo chico me agarró del pelo y la vieja a pegar escobazos. ¡Pero es que ustedes me quitan toda la basura!, les gritaba llorando yo, si hasta llegué a soñar que los muy maracos me quitaban el tubo de cemento. Pues eso. Ahora vivo en Buin en una carpa debajo de un sauce y tengo un perro que se llama Basurita y ambos nunca hemos conocido el amor. Vivo juntando latas de aluminio y rescatando, de vez en cuando, medidores de agua de una población nueva que están construyendo.


2.

Mi recorrido podría ser el siguiente: por el norte, mi tope es Observatorio. Allí podría comenzar o terminar todo. Quizás Santo Tomás, pero menos. Tú me dices que te lo describa para alguien que nunca ha estado acá. Pues bien, allí Santiago se acaba. Santiago ya no existe. Santiago es un invento de mucho más lejos. Una de sus venas gruesas es la carretera de Acceso Sur que corre por debajo de todas las poblaciones. Yo me acuerdo cuando se construyó. Nos habían echado del block donde vivíamos y mi mamá había recibido una plata de la gente de la carretera. Fue allí cuando se fue. O antes. Mi tío Esteban Camilo ya había aparecido, sí, luego de la expropiación nos fuimos con él y mi papá a la Junta de Vecinos. Pero pico. Mi recorrido comienza en Observatorio. Parece que a ese terreno le dicen La Platina. Aunque no estoy seguro. Es un terreno quemado donde los cabros chicos en septiembre van a elevar volantines y donde la gente va a dejar tablas, todo tipo de basura. Hay varios güáteres quebrados, ropa, perros muertos, pedazos de planchas de zinc y sillones. No sé por qué hay tantos sillones botados por todas partes. Hay caleta. Están en todos lados. Es como lo que más la gente va a botar, y no sólo por el lado de Observatorio, sino que por los dos lados de la carretera por donde me muevo. Es como si toda la gente se hubiera comprado sillones más grandes donde poder echarse, digo yo, para ver las teles que se compraron, que también son gigantes. Incluso hubo un tiempo, no hace mucho, que un tapicero de la Orquesta, para el lado de Santo Tomás, me encargó un día que le llevara la espuma de los sillones que encontrara botados, y lo hice. Pero unos volaos le empezaron a llevar los sillones completos. A veces cada uno, solo, se podía un sillón al hombro. Yo no podía competir. Todavía no tengo tanta fuerza. Y por la pura espuma el viejo ya dejó de pagar. A mí no me gusta juntarme con los volaos. Nunca he fumado nada. Ni cigarro. No me gusta tampoco juntarme con gente más grande que yo. Me producen desconfianza. Me dan asco. Son como ratones que te quieren morder cuando andai a pata pelá. Siempre los esquivo, les hago el quite. No estoy ni ahí con los culiaos. Son unos cochinos. Más encima los evangélicos y los universitarios se preocupan por darles comida y ropa, a veces les consiguen trabajo y hasta mediaguas. Como que primero ellos se hacen mierda fumando su cagá y después vienen los otros y les dicen ay, pobrecitos, como si no tuvieran culpa de nada. Yo prefiero por eso andar solo y escondido. Piola. Por las mías. Nunca les voy a aceptar un pan con chancho ni a los evangélicos ni a los universitarios ni a ningún sacogüea que se venga a picar a choro conmigo. Sí, de Observatorio al sur está todo quemado y lleno de basura. Y la carretera, al lado. Abajo. Como un tajo. Por eso Santiago allí se acaba. Porque hay queltehues y álamos. Porque por allí yo camino, como dando la espalda. 


36.

El tiempo en que pasó esto no estaba mi mamá, mi papá estaba con mi tío Esteban Camilo, y había plata. Pero ni mi tío ni mi papá estaban trabajando. Puede ser que mi papá haya recibido la plata por la casa que botó la gente de la carretera. Pero no sé. Todo es bien borroso. Pero sé que mi papá se puso loco. Con mi tío invitaban a mucha gente a la casa, las primeras veces compraban vino, ron e hicieron asados, pero después compraban puro copete, petacas baratas. Y era fiesta todos los días. Y llegaban muchos hombres, la mayoría eran hombres. Una pura vez llegó una mujer que era la polola de alguien y todo terminó en una pelea. Yo me acuerdo que esa vez, estando en mi pieza, veía las luces de los carabineros rebotar en las paredes. Yo no veía nada, pero igual me imaginaba lo que escuchaba. Que uno quería matar y reventar a balazos a otro, que el otro le decía y qué pasa, tal por cual, que en cualquier momento vuelvo y te tapizo la casa a tunazos, u otro que saltaba y decía calmao hermano, qué calmao acá, y los sonidos de las puertas cerrándose, desencajándose, los sonidos como de grito ahogado, como de alguien tragándose un combo o un palo en la cara o mi papá apareciendo donde yo dormía, diciéndome que él estaba durmiendo conmigo por si me preguntaban y que le dijera a los pacos que en cualquier momento llegaba a buscarme mi mamá y que ella siempre ha vivido con nosotros. Y yo lo miraba a él. Ahora que lo pienso fue la primera vez, ahí, que me imaginé a mi papá muerto.


40.

Una de las últimas imágenes es estar en el segundo piso con todos los compañeros tirando aviones de papel. Hicimos tira todos los cuadernos (yo me dejé el de dibujo, el que tiene las hojas completamente blancas), pero a todos, todos, nos importaba una mierda, fue como una fiebre que agarró al colegio entero, hombres y mujeres, el de hacer aviones de papel, los más bacanes y perfectos. Sí, algunos se deslizaban en el aire casi en línea recta, la idea era que algún avión saliera de la escuela, que atravesara la multicancha (que estaba inundada) y cruzara el muro con alambre de púas. Teníamos todo el patio tapizado con aviones. Y gritábamos como monos cada vez que uno se deslizaba y alcanzaba un vuelo como para salir del colegio. Fue pal pico, como una revolución. Unos compañeros le pegaron a una profesora. Una de las tías del aseo, que era la mamá de uno de nuestros compañeros, se agarró de las mechas con la inspectora que supuestamente le había pegado a uno de sus hijos. Uno no podía ni subir ni bajar por las escaleras, los más grandes te tiraban pollos verdes en la cabeza si lo hacías. Y no había profesores. A la profe de artes la habíamos hecho llorar durante la última clase. El profe de lenguaje, que era como un jipi así como marigüanero y como poeta que se llamaba Renato, no aguantó, salió de la sala y del colegio y no volvió más. El director había llamado a los pacos y llegó un furgón como con diez fuerzas especiales, y ahí como que todo explotó, por lo menos los de mi curso bajamos y con hartos cabros más (todos con la caras rojas, transpirando, gritando cualquier cosa, el asunto era dar jugo) abrazamos a los pacos y les pedíamos prestados los cascos, las lumas, las pistolas, algunos incluso preguntaban si tenían los caballos afuera, otros decían que cuando grandes querían ser carabineros, pero sobre todo Fuerzas Especiales, y gritábamos cosas como ¡queremos libertad!, ¡queremos libertad!, y subíamos a los segundos pisos con ellos, les mostrábamos los aviones de papel, si hasta una compañera, que era la única que tenía un celular con cámara, se sacó fotos con los pacos.   

lunes, 30 de noviembre de 2015

Editorial Agua Maldita Nº 3

Un extenuante camino nos ha traído hasta aquí. Revisitando un lugar común: si veinte años no son nada, dos años son su décima parte. Imagínense. Pero ya van dos años desde que iniciamos, en el viejo –y querido– CSCA Libereco (ex La Mákina), un 8 de agosto de 2013, lo que fue el Taller de Poesía Política y lo que hoy es el Colectivo Poético Agua Maldita. También pasamos por la ex CSO La Farfalla y hoy cerramos nuestro taller en el Centro Cultural Manuel Rojas, iniciando una nueva ruta esencialmente como colectivo político, social y cultural, la cual nos lleva, sin lugar a dudas, tras los mismos objetivos de siempre. 

Nos hemos propuesto hacer actividades y eventos culturales bajo la lógica de la horizontalidad, el apoyo mutuo y la autogestión. Nos hemos propuesto naturalizar esos valores primero nosotros/as, luego compartirlos con el resto, invitando a la organización libertaria, independiente y autónoma. Ese ha sido el norte y seguirá siéndolo. 

Pero ahora, en específico, hemos decidido abordar los temas que más nos representan como grupo: territorialidad, trabajo comunitario, organización barrial y el entusiasmo por los espacios públicos. Es en estos lugares físicos y conceptuales donde hemos decidido asentarnos, y esta publicación puede ser el fragmento de una declaración de principios mayor que hemos ido compartiendo con ustedes en números semestrales, siendo ésta la tercera parte del propósito. 

De todas maneras, reconocemos también nuestros errores. A pesar de que nos alegra ver el impacto positivo de nuestro trabajo en estos dos años (donde cada vez más gente se reúne en torno a nuestras lecturas de poesía + música, donde hemos levantado festivales en espacios públicos y donde hemos propuesto una nueva forma de acercarse a la poesía), también lamentamos no cumplir con ciertas expectativas. Sabemos que aún no logramos hacer más partícipes a los/as vecinos/as de las poblaciones; sabemos que aún no nos vinculamos de manera correcta con todas las organizaciones que nos gustarían; sabemos que aún nuestra labor poética no se difunde en todas las direcciones que queremos. Pero estamos en ello, porfiadamente, porque nuestro logro más entrañable es la organización que hemos logrado como equipo, generando el colectivo que queremos, agrupándonos también con el Movimiento Anagénesis para levantar proyectos tan significativos para nosotros/as como la presente publicación. 

Esperamos que, bajo estas disposiciones, nuestros objetivos finales se acerquen cada día más, reflejándose también en cada paso que damos hacia ellos. Porque estamos en un punto de no retorno donde asumimos esta responsabilidad: la de haber levantado un colectivo poético de arraigo popular, crítico y libertario. Porque tenemos las suelas gastadas, las patas embarradas y la atención fija en lo que nos urge cambiar. Porque, a todas luces, tenemos los pies bien puestos en la tierra.

domingo, 8 de noviembre de 2015

Exposición en el "III Congreso Internacional de Poesía: El poema más allá del poema", en la Pontificia Universidad Católica de Chile


De izquierda a derecha: Colectivo La Zalagarda;
el organizador y moderador Roberto Ibañez Ricóuz;
Patricio Contreras Navarrete y Álex Bay (Colectivo Poético Agua Maldita);
Colectivo Pez Soluble; y a la derecha estaba Sudor de Poeta, quienes
no aparecen en su totalidad debido a lo que abarca la fotografía.
Publicamos nuestra exposición en el congreso mencionado, donde nos presentamos el día viernes 30 de octubre de 2015. Nuestros expositores fueron Patricio Contreras Navarrete y Álex Bay, quienes respondieron dos preguntas eje que sugirió la organización, para luego dar paso a un conversatorio en torno a los colectivos de poesía participantes, donde también estuvieron presentes Pez Soluble, La Zalagarda y Sudor de Poeta. La mesa de discusión se llamó "¿En qué está la poesía joven? Una mirada desde los colectivos" y estas fueron nuestras respuestas:


1. ¿Quiénes son, por qué la necesidad de conformarse como colectivo, cuáles son sus intereses, motivaciones y proyectos (actuales y pasados), dónde trabajan y cuáles son sus medios e instrumentos de trabajo, cuál es su visión acerca de la poesía. [Respondida y expuesta por Patricio Contreras Navarrete].

          En primer lugar, en este momento somos dieciocho participantes, hombres y mujeres con un proyecto personal de poesía y un proyecto colectivo de política y cultura. Nuestras dedicaciones en particular son muy variadas: educadores y educadoras, intérpretes musicales, audiovisuales, psicólogos, trabajadores y trabajadoras independientes, intérpretes escénicos y activistas agrícolas. Estas ocupaciones complementan y nutren nuestra labor poética, en la cual también trabajamos con mucho ímpetu y total convicción.

          La necesidad de organizarse nació con fines pedagógicos. Nuestro colectivo partió como taller el jueves 8 de agosto de 2013, en el ex CSCA Libereco, okupa de Recoleta, la cual fue desalojada a fines de ese mismo año. Luego de eso, pasamos a trabajar en el Centro Cultural Manuel Rojas, Barrio Yungay, donde también realizábamos nuestras actividades; aunque a ratos nos asentábamos en Casa Volnitza, sólo en caso de eventos. Luego de un tiempo en el Manuel Rojas, donde contamos con el apoyo de Rodrigo Hidalgo y Daesha Friedman, pasamos a La Farfalla, okupa también del Barrio Yungay, donde nos quedamos varios meses hasta su desalojo. De ahí, volvimos al Manuel Rojas, para más tarde ubicarnos donde estamos ahora: la Casa de los Diez. 

          En ese entonces, en nuestras primeras instancias organizativas, ejercí como educador, aunque siempre con un proyecto horizontal y popular que muy pronto se radicalizó y se volvió más consecuente. Al principio, se cobraba aporte voluntario; luego, una cuota por sesión; después, por último, una cuota mensual. Hasta que definitivamente se acabó la lógica de taller y comenzamos a funcionar como colectivo. Esto ocurrió el 13 de julio del presente año, donde nuestro proyecto cobró la forma actual y, desde ese entonces, funcionamos de manera horizontal, cooperativa y autoformativa.

          Si bien nuestra primera necesidad fue pedagógica –la cual sigue muy patente en nuestro colectivo–, también fueron importantes nuestras inquietudes políticas y socioculturales, siempre muy críticas y urgentes. Eso nos fue dando la manera y la consistencia con la que trabajamos hoy, siendo quizá ese nuestro sello más reconocido. Nuestros intereses actuales son totalmente transformadores. Nuestra orientación crítica nos lleva a popularizar las artes y deselitizar la poesía, dejando de concebirla como algo exclusivo y sacándola de los círculos cerrados, amiguistas y excepcionalmente académicos, para presentarla en okupas, centros culturales de fácil acceso, parques públicos, poblaciones y lugares donde cualquier persona pueda participar, sin aduanas ni marginaciones varias. También rechazamos los fondos estatales y municipales, ya que nuestros afanes libertarios siempre nos han llevado hacia la autogestión, el antiautoritarismo y el apoyo mutuo, razón por la cual trabajamos en conjunto con el Movimiento Anagénesis, grupo editorial, audiovisual y comunicador social afín a nuestras posturas. Eso es lo que nos motiva y lo que nos define, y a esto nos hemos mantenido fieles.

          Por último, nuestra visión poética –aparte de popular, transformadora y deselitizante, como ya mencioné– es partidaria del trabajo, la corrección en grupo, la edición constante, la pluralidad de miradas y de voces, la armonía de género entre lo femenino y lo masculino, la autoformación y el acceso global a la cultura. No creemos en los colegios oficiales y las universidades como excepcionales formadores de escritores y escritoras. Creemos en la vida misma, en el arte compartido y comprometido. Creemos en las palabras como objetos materiales, con las cuales se pueden construir y edificar obras importantes. Por eso, nuestros medios e instrumentos de trabajo son las palabras como tal, el papel, las tapas, los materiales serigráficos y xilográficos, el martillo, los hilos, etcétera, con los cuales hacemos nuestros poemas, los encuadernamos y los publicamos, facilitándolos a quienes quieran leer, escuchar y compartir.

          En cuanto a nuestros proyectos, hemos ido lanzando la revista Agua Maldita, que se edita semestralmente y con la cual ya vamos en el 3er número. También organizamos trimestralmente los festivales “Equinoccio” y “Solsticio”, los cuales marcan los cambios de estación, para acentuar el espíritu revolucionario y de renovación profunda. Por último, organizamos mensualmente lecturas que ya llevan dos años de recorrido, las cuales al principio se llamaron “Chile o los 40 años de Sodoma”; luego “Parias, poetas y borrachos”; y finalmente “Poquita sed”. A raíz de éstas, lanzaremos muy pronto una antología con veinte autores y autoras que, según nuestra perspectiva, renuevan lo entendido por poesía y se sitúan como referentes de lo más actual del género, todos y todas participantes alguna vez de nuestras actividades. En concreto, eso es lo que tenemos entre manos, aunque no nos cerramos a seguir ideando nuevas formas de organización, crítica y exposición artística. Nos mantenemos en constante movimiento.

          Somos, en resumen, trabajadores y trabajadoras de la palabra escrita. Con el transcurso del tiempo, queremos ir levantando proyectos políticos y socioculturales mayores, cada vez más ambiciosos y radicales, pero por el momento escribimos, nos autoformamos, publicamos y compartimos lo nuestro, hasta que el cuerpo aguante. 


2. ¿Tiene la poesía un rol social? De tenerlo, ¿cómo se trabaja? [Respondida y expuesta por Álex Bay]. 

          Definitivamente sí. La poesía siempre ha comunicado –con o sin fines políticos– y este acto está mediado por el lenguaje. El lenguaje se materializa principalmente en la lengua hablada, y ésta es un producto de convenciones sociales. Por ende, podemos afirmar que la poesía cumple un rol social tanto al evocar una percepción individual como al expresar las inquietudes de una comunidad o colectivo de personas mediante una voz. El eje de discusión, por tanto, lo apuntamos a preguntarnos desde qué punto de vista se piensa el rol social en la poesía. En el momento en que la corriente futurista, liderada por Marinetti y considerada una de las vanguardias históricas, proponía un embellecimiento de la guerra a través del esteticismo de distintos aparatos bélicos, cumple un rol social desde la práctica poética, claramente de tendencia fascista y reactiva hacia la propia humanidad. Así mismo, en el realismo socialista podemos observar el rol social de querer uniformar el pensamiento, utilizando el poema como una herramienta de difusión ideológica. Podemos notar, entonces, que hay un abanico gigante de roles sociales que podría tener la poesía. 

          Para nosotros y nosotras, el rol social que tiene aborda dos aristas. Primero, pensándonos puramente como colectivo poético, tenemos una perspectiva en común que es denunciar una serie de injusticias sociales que van desde la explotación, la opresión de género, la ausencia de libertades sexuales, hasta el reconocerse como seres humanos, entre otras. Este descontento, que se transforma en nuestra columna vertebral, permite compartir una esencia común que constela cada una de nuestras voces, todas con un sello personal distintivo. En este sentido, cobra vital importancia el considerar que la poesía tiene un impacto importante al abrir mundos y expandir concepciones mediante el lenguaje, lo que nos lleva a aseverar que su rol social no está situado en sí misma, sino a través de lo que puede lograr ser develado por un receptor en sus múltiples formas de ser transmitida. 

          En segundo lugar, nuestra práctica implica actuar como coordinadora cultural, y esta actitud política hacia el terreno del arte y la cultura propone descentralizarlo, sacarlo de la academia y los espacios de elite, para llevarlo a aquellos espacios en los cuales no existe acceso, hacia un público no necesariamente conocedor de esta expresión artística. 

          Esta doble cara de nuestro trabajo nos ha permitido fluctuar en distintos espacios de difusión, siendo la organización social –a través del trabajo de coordinación cultural que hacemos– el soporte que contiene nuestro quehacer poético, y que nos permite tener la agudeza crítica para saber hacia dónde avanzamos, pues creemos que esta reflexión es fundamental para no orbitar puramente en los espacios típicos de la poesía, y terminar, aunque no se quiera, perpetuando su elitización y acceso restringido. 

          Para nosotros y nosotras, el trabajo horizontal, colectivo y autogestionado es lo que nos permite materializar el rol social, que discutimos en nuestras reuniones y que manifestamos en las distintas actividades que organizamos. Nuestra manera concreta de descentralizar el arte y la cultura es gestionando festivales de poesía en la periferia de la ciudad, apoyándonos en organizaciones de base, de los mismos barrios o poblaciones, que nos colaboran con la difusión hacia la comunidad de nuestras actividades, como también nos ayudan a conseguir espacios para realizarlas. Nuestro objetivo aquí no está apuntado a pretensiones mesiánicas ni intervencionistas. Eso sería iluso de nuestra parte. Pero creemos con absoluta certeza que nuestras actividades en torno a la poesía pueden contribuir a una nueva forma de compartir el arte, de comunicarnos y acercarnos a la cultura, rompiendo los cercos impuestos por quienes detentan la hegemonía en esta área. Es así como hemos forjado alianzas con el Anfiteatro Cortijano, en Conchalí, o Patas en el Barrio, de La Granja, sólo por dar dos ejemplos concretos. 

          A su vez, hemos publicado varias revistas que condensan el trabajo de taller que se ha realizado, promoviendo distintas ópticas tanto sobre el quehacer poético como de otras inquietudes políticas y culturales, todo esto gracias al apoyo inigualable del Movimiento Anagénesis, que –como organización cercana– nos ha ayudado en los procesos de edición, de confección y –por qué no decirlo– nos han enseñado en talleres a aprender a encuadernar, otorgándonos la posibilidad de estar en todos los momentos de elaboración de dicho material. Este instrumento busca difundir y promover una mirada que hace mucha falta en el panorama actual de nuestro ejercicio y que es de fácil acceso para todos y todas. 

          Por último, estamos trabajando en fomentar talleres de poesía hacia niños y niñas de todas las edades, para acercar de manera lúdica la poesía a gente que nunca ha tenido contacto con ella. Hemos pensado en ejercicios al estilo dadá, para confeccionar poemas recortando frases o palabras de diarios, por mencionar un ejemplo. En esa dirección, consideramos tremendamente nutritivo el hecho de que en este Congreso haya tanto énfasis en el trabajo de taller, aunque hacemos el reparo y emplazamos a los distintos actores sociales –como también a cada uno de los colectivos aquí presentes– a replicar estas mismas experiencias fuera de los circuitos cerrados de la academia y las aulas formales, empoderando a las víctimas de esta enseñanza obsoleta y servil, quienes podrían utilizar la poesía como una herramienta trasformadora para, a través del lenguaje, ampliar sus horizontes, organizarse junto a sus semejantes y liberarse de este trampa llamada educación chilena.

martes, 27 de octubre de 2015

Ciudad interior y ciudad exterior: Conversación con Elvira Hernández

Elvira Hernández (1951) es, sin lugar a dudas, una de las voces más importantes de la poesía chilena contemporánea. Oriunda de Lebu, desarrolló su labor poética desde muy temprana edad. Durante la dictadura, su escritura cobra gran notoriedad entre sus pares, en parte gracias a su libro emblemático, La bandera de Chile (Editorial Tierra Firme, 1991; Editorial Cuneta, 2010). Sobre eso y mucho más, nos habla en la presente conversación, llevada a cabo en los espacios de la que considera, según sus propias palabras, nuestra casa y la suya: el Centro Cultural Manuel Rojas.

Entrevista realizada por: Patricio Contreras N.

Transcrita por: Alejandro Cruz
Registro audiovisual por: Gonzalo Pontigo
Editada por: Emilia Aguilar

Material publicado en la revista Agua Maldita N° 3 (septiembre, 2015).

Entiendo que La bandera de Chile fue tu primer libro escrito, pero no publicado, porque publicaste otros antes. Se dice que comenzaste a escribirlo en 1981. Según mi propia lectura, La bandera de Chile se entiende como un espejo de lo que era esa época, de lo que se reflejaba en el emblema patrio. ¿Qué simbolizaba realmente la bandera? ¿Qué significaba en aquella época?

Yo diría que la bandera es una imagen de la dictadura. Antes, en las concentraciones, uno veía la bandera chilena, pero sólo era una entre muchas otras. Incluso, yo creo que uno veía más otras. Rojinegras, verdes, rojas con blanco, rojas y amarillas, o esa de la Izquierda Cristiana, celeste, con el sol. Habían muchas banderas y entre medio la bandera chilena. En las tomas estaba siempre la bandera, que era como decir: “Nosotros estamos acá, también somos chilenos. ¿Por qué estamos como estamos?”. Era como decir eso: “Somos chilenos, pero estamos mal”.

Quizá había un símbolo de unión en esa bandera, una representatividad distinta, algo que significaba otra cosa antes de la dictadura.

Sí. Después, en dictadura, aparecen los movimientos nacionalistas y la doctrina de la seguridad nacional, en la cual los militares son la última reserva moral del país, con tal de justificar el golpe. Han tenido que intervenir y la bandera es uno de sus símbolos. La bandera era un asunto de los militares.

Era como un nuevo concepto de bandera dirigido por ellos mismos.

Es que las banderas surgen cuando tienes que justificar algo. Por eso, dentro de todos los conflictos armados, los soldados llevan siempre su bandera. Parte siendo un asunto de guerra y después son símbolos que la gente internaliza. Aunque probablemente los significados van variando. Por ejemplo hoy, para las catástrofes. El terremoto, el maremoto, para todo eso. En esas situaciones, la gente pareciera aferrarse a la bandera chilena. Es sorprendente, porque antes la gente se aferraba a otras cosas. Dios, por ejemplo. Uno no veía a alguien que se aferrara a una bandera. Yo creo que son desplazamientos que ocurren en el inconsciente colectivo, porque no sé si el ser humano pueda soportar vivir en el vacío.

Claro, es una constante búsqueda de sentido. ¿Había algo de eso a la hora de escribir La bandera de Chile en dictadura?

Por lo menos en mi experiencia, la escritura no es pensada de antemano. Tengo serios problemas con eso ahora, ya que aún no me hago cargo de lo que escribiré en el futuro. No soy proyectista. O sea, no planifico lo que voy a escribir, el impacto social que va a tener, etcétera. El que escribe hoy día es alguien que parece controlarlo todo. Y sabe lo que va a escribir, cuántas páginas va a tener, hacia dónde se va a dirigir. Tiene una estructura de la cual puede hablar. Y yo no tenía la más mínima idea de eso cuando empecé a escribir La bandera de Chile. El momento de la escritura articula todo.

Entonces, ¿cómo nace La bandera de Chile?

Nace, en parte, con la bandera chilena en papel volatín que aparece en La nueva novela, de Juan Luis Martínez. Arriba de ella dice: “La política”. Y yo creo que no vi más, porque me metí en las otras páginas y eso me quedó dando vueltas. Me pareció que había algo importante simbolizado con esa palabra solamente; y la bandera, una imagen, algo que para mí tenía una cantidad gigantesca de argumentación detrás. Me atrincheré en eso. Ese fue el primer momento. El segundo momento fue cuando estuve detenida y me salvé. Luego de eso, me dije: “Bueno, si estoy viva, algo tendré que hacer”. Eso fue en el año 1979, en diciembre, y lo de Juan Luis Martínez debe haber sido en 1978. Durante 1980 estuve con la CNI pisándome los talones. Estaba en un estado de depresión enorme, porque trataba de hacer una vida normal y no podía. Después, en el verano de 1981, mis papás se propusieron viajar al sur. Les dije que se fueran ellos, que yo tenía algo que hacer. Entonces me encerré y curiosamente dejaron de vigilarme. Fue una situación rara. Me empecé a dar vueltas sin saber qué hacer. Empecé a pensar en otras cosas. Ahí escribí La bandera de Chile. En el mes de enero de 1981.

Sobre el libro Santiago Waria (1991), escrito en otra época, en un Santiago que pasaba de la dictadura a la mal llamada transición. ¿Cómo te influenciaron esos espacios públicos, tan perturbadores y claustrofóbicos en dictadura, en comparación a los de la transición?

Bueno, hay una situación que uno percibe o proyecta. La transición opera porque hay un pacto: “Ya, vamos a hacer esto, vamos a hacer un plebiscito”. Yo estaba en desacuerdo con eso. Me parecía que era algo demasiado atípico. Sospechoso, además. También había caído el campo socialista. Todo el mundo hablaba despectivamente sobre los “socialismos reales”. Había toda una serie de fenómenos que se manifestaban a nivel cultural, como el posmodernismo, la globalización. La gente agarró toda esa onda. Había una percepción de que nos empezábamos a integrar a un gobierno global, al cual antes se le llamaba imperialismo, pero con otro nombre, adoptando otros rostros, sumamente seductores. Es el momento en que se comienza a hablar de deseo, de seducción... y la globalización está ahí.

En libros como Santiago Waria se nota todo esto a nivel callejero. La Alameda aparece como algo paradigmático. El Paseo Ahumada demostraba cómo Chile comenzaba a transformarse. Para Enrique Lihn, y también para ti en Santiago Waria, era importante lo que sucedía en torno a ello. El comportamiento del chileno en esas calles. Es muy interesante cómo se respira eso en Santiago Waria.

Exacto, el neoliberalismo se empieza a notar en las calles, en el consumo. Si dicen: “Se va a acabar la bencina”, hay una estampida en busca de ella. Hoy en día, en la sociedad de consumo, se terminan los pasteles y ya todos corremos a buscar el nuestro.

Eso es sintomático, ¿no?

Sí. Hay todo un proceso de privatización en que se empieza a acomodar todo. Lo que se hizo en dictadura comienza a tener una cierta legalización. Decidimos hacer la transición y no reclamar por todo aquello que eran bienes nacionales. Es una proyección de lo que empezó a ocurrir. Santiago Waria, en ese minuto, recorre las señas que ya se están dando.

Sé que a ti te interesan los espacios públicos, quizá justamente como contraposición a estos procesos privatizadores de la vida en general. Respecto al trabajo comunitario y las actividades que se realizan en los barrios, ¿qué rol o función crees tú podría cumplir el arte, la poesía, la literatura? ¿Cómo se llega a salir de las editoriales, volcándose a este tipo de espacios?

Bueno, a las municipalidades les gusta mucho esto de la “oferta cultural”. Una cuestión que muchas veces es bien artificial. Yo creo que las cosas tienen que estar ligadas. Hoy en día, la gente no asiste a este tipo de actividades. La gente está demolida. Tiene que trabajar mucho, tiene que trasladarse de un lugar a otro. Eso te demuele y terminas tirado en la cama viendo televisión. Y al otro día igual, lo mismo. Entonces, la gente hace otras cosas, no se da el tiempo de asistir a actividades culturales a menos que tenga una situación un poco más holgada, que le permita darse ese lujo.

La rutina es carcelaria, aprisionante. La gente termina sucumbiendo ante ella. Cuesta que la gente se vuelque hacia afuera, salga de esa privatización que hacen de su propio espacio, que socialice. Es difícil. Y, como tú dices, la poesía y las actividades culturales están lejos de ser el gancho perfecto para que la gente salga a la calle.

Mira, hay algo que me interesa mucho. Bachelet dijo: “En septiembre se abre un proceso constituyente”. Bueno, conversando con otras personas, les he preguntado qué piensan y sienten con respecto a eso, y creen que no va a funcionar. Nada. Pero se va a abrir un proceso. Y para que algo ocurra, tiene que haber algún grado de articulación entre la gente. Hay cosas que se tienen que discutir. Ese proceso constituyente no es algo que pueda ocurrir de un día para otro. ¿Que se abra y se cierre en seis meses después? No, primero debe haber un proceso de educación. Tengo la impresión de que en Bolivia duró 4 años, no lo sé muy bien, pero nosotros no tenemos esa experiencia. Es muy difícil. Eso se va a abrir y se va a cerrar y todos se van a quedar sentados como mirando desde afuera.

Ahora, por otro lado, la poesía trabaja en la palabra. Para una constitución se necesitan esas palabras, nombrar las cosas. Si no las sabemos nombrar, no podemos hacer nada. A lo mejor, en seis meses, apenas podamos vivirnos un verso o alguno de estos poemas. Pero si logramos discutir ciertas cuestiones, yo creo que se habrá instalado un contacto importante con el lenguaje. Puede ser que la poesía tenga otro calibre, trabajando con la lengua, con nuestra realidad, con nuestro idioma, con nuestras sensaciones, que tienen que ser verbalizadas. En ese aspecto veo una coincidencia.

Las constituciones están hechas de palabras. Es un terreno en disputa, que está en juego. Hay un juego en el lenguaje, un terreno en disputa muy importante, y es ahí donde nos compete intervenir. A partir de eso, en este mismo escenario, en este Chile de hoy, ¿qué está planeando Elvira Hernández? ¿Hay algo entre manos?

Yo sigo escribiendo. No estoy planeando nada, porque eso sería contrario a mis principios. Pero yo diría que no estoy ausente de lo que está sucediendo. Estoy atenta, escuchando. Sobre todo escuchando. 

martes, 11 de agosto de 2015

Gustavo Rivera (1994)

Escribo desde la garganta, letras como flemas a la vereda.
De maña ebria y bailes golpeados, me aferro así a un Yo desastroso, descriteriado y ordinario, que se mueve arrastrando lo que esté a su lado.
Así mismo me caí, y me quedé sentadito en la cuneta vacilando las colillas de cigarros. 


No ser 

I
Proyectiva en negación del futuro

Las baratas vuelven con cámaras y pancartas
a robar nuestro pan de fuego 
y falta de calma.

Me inyecto un La menor en la mirada
y en los dedos la sombra de mi voluntad.

II
Lamento desde las cañerías del Leviatán

Nunca conoceré la paz. 
Mi madre estuvo muerta fuera de un hospital. 
El Estado chileno goza de la carne como cárcel. 
Inmobiliarias la taparon con un estacionamiento. 
Carteles se levantaron. 
Ciudadanos reformistas hablando de igualdad. 
Palomitas insurgentes 
cantarán con fuego nuestro funeral. 

             Y arderán los apéndices 
             de clínicas privadas.

III
Sarcasmo de expectativas diarias

Y duelen las mañanas de veredas,
las tardes de sirenas y tránsito,
intangibles ocasos
cubiertos de enfermedad transeúnte. 

Amanecerán 
con las cabezas de sus pájaros despertadores.
En las ventanas que saluden al sol.

     ¿Por qué?

      Porque no dejaré que nada
      me arrebate las noches 
      de aullidos en tu pieza y paguerviolens en la radio. 


Yo soy
(Contraposición a un ego general) 

Sin vendajes somos cuerpos
reducidos socialmente a nada.
Nos crearon identidades falsas 
para despreciarnos desde la carne
a las miserias que portamos…

       ¡Yo soy mucho más que eso!
       ¡Yo soy mucho más que todo esto!

Ynodejodeabrazarmiabismo
violentamentefloridoynegro.


jueves, 9 de julio de 2015

Alejandro Cruz (3era selección)

Estos poemas continúan el proyecto sobre el diluvio universal en Santiago, aún inédito y sin título. Más información sobre los textos y el autor aquí.



Indianápolis

Mientras, Tempestierra,
las  criaturas   de   la  noche  me 
exigen respeto.
Todo está más iluminado que de 
                                        costumbre.
Yo  quisiera  dormirme,  aunque 
sea    bajo    el    tenor    de    una 
sobredosis,
            pero coherencia,
toca  buscar  el  sucucho  donde 
            hoy se esconde Santiago,
Tempesnoche.

              Allí en la Alameda,
              sobre un bar mediocre,
los  ángeles  me  exigen  sensatez. 
Pero  yo   ya   no   estoy    para
           barbaridades,
y esta es la última vez.

Tempeslluvia, me anuncian que 
                         falta poco,
que  arriba  ya  está  todo  listo, 
           que tempesborrón y
                      cuenta nueva.

            Yo venía pensando
que todo estaba mal en mi vida.
Entonces, tempescresta,

todo está bien.

Es verdad,
podría comer mejor,
despertarme más temprano,
durar  más  de  dos  semanas  en
            una relación.
Pero  cuando  la mierda  se escurre
 entre   los   ojos,   los   oídos,   los
 dedos,
            es difícil,
                        una tontería,
escaparse de la tentación
de caer
vertiginosamente.
Mejor vagabundear las calles y
caer
de vez en cuando
en   los   sucuchos   escondidos, 
donde la ciudad se vuelve
                       sentimental
            y saca a relucir
los trapos sucios.

Tierra  y  noche,  Ángel  nuevo. 
Entonces,    ahora    perdiguero: 
 anoto  las  calles  y  los  rostros. 
Porque  sé que mañana no habrá 
ciudad,  sino  un  charco  gigante
donde    los    escombros    floten
hasta el Llolleo.

                                              -Enoch.


Progreso
            
                         Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos
                         y recomponer lo despedazado 

                                                                 Walter Benjamin 

Cuando la Alameda termine de quemarse,
inhalarás y exhalarás azufre, Mateo.
Sabrás que tus hermanos ya no existen,
que eres uno en el universo.
Cuando la nafta termine de consumirse
serás rey, y reirás lleno de apoteosía.

No sabes que lloverá mañana
y que tu inocencia y tus llamas y tu rencor
son efímeros
como tu quijada indeseable y tu zizeo.

Que el agua consume más que el fuego, Mateo.

Pero estás feliz,
y corres como un cabro chico tras la pelota.
Estás haciendo el gol que nunca hiciste en el colegio.
Eres el más vío de tu barrio.

En tu mente, ves cómo tu madre se calcina,
cómo la cana se calcina,
cómo las micros se calcinan,
cómo la pega y la señora que no tienes
se calcinan
Y los amigos de mierda que no tienes
y los pacos,
y la pasta,
y tu astigmatismo,
y tu sueño de ser piloto
se calcinan.

Ya nadie te puede hacer daño.
Sólo el agua que consume más que el fuego, Mateo.

Al final, cuando las copas de los edificios
como zurullos en el charco
se asomen frente a tus ojos,
estarás sentado en el mojón más grande,
observando todo desde Tobalaba.
Hasta que te llegue el día en que mueras de pena.


Tres mil codos midieron 

Ahí Maneki Neko haciendo como nada,
la fiesta alrededor, las bestias.

Es como si el alcohol no tocara sus labios.

Ahí Maneki Neko sobre los amantes-manada
destrozando el departamento de alguien.

Sus cuerpos como torpes gigantes entre los edificios.

Y Maneki Neko, nada.
Marihuana, nada.
Sólo un extraño en la escena.
La vida en espera hasta el lunes.

Y ellos con cada caña, la vida,
llenos de coraje frente al absurdo.
Consientes de la levedad y del carajo.
Explotando el sin sentido y la culpa.

Negro y negro.

Oprimen y corrompen. Atacan y pelean.
Destrozan la tierra y traen pesar.
Nada de lo que comen les basta.
Ni cuando tienen sed quedan ahítos.


Un pueblito consumido por la barbarie 

Son las 10 de la mañana.
Estás en Carmen,
pero no hay gente transitando
las calles.

El piso está lleno de menús chinos.
Detrás de la esquina hay algo.

No soportas la estática,
te zumban las orejas
y te duele la guata.

Te pusiste los calcetines cambiados
y detrás de la esquina hay algo.

Parece que mientras hablas, nada.
Flotas. Hace cuatro días que deambulas.
Parece que te han dejado, quizás.

(Un sendero,
desciende)