jueves, 9 de julio de 2015

Alejandro Cruz (3era selección)

Estos poemas continúan el proyecto sobre el diluvio universal en Santiago, aún inédito y sin título. Más información sobre los textos y el autor aquí.



Indianápolis

Mientras, Tempestierra,
las  criaturas   de   la  noche  me 
exigen respeto.
Todo está más iluminado que de 
                                        costumbre.
Yo  quisiera  dormirme,  aunque 
sea    bajo    el    tenor    de    una 
sobredosis,
            pero coherencia,
toca  buscar  el  sucucho  donde 
            hoy se esconde Santiago,
Tempesnoche.

              Allí en la Alameda,
              sobre un bar mediocre,
los  ángeles  me  exigen  sensatez. 
Pero  yo   ya   no   estoy    para
           barbaridades,
y esta es la última vez.

Tempeslluvia, me anuncian que 
                         falta poco,
que  arriba  ya  está  todo  listo, 
           que tempesborrón y
                      cuenta nueva.

            Yo venía pensando
que todo estaba mal en mi vida.
Entonces, tempescresta,

todo está bien.

Es verdad,
podría comer mejor,
despertarme más temprano,
durar  más  de  dos  semanas  en
            una relación.
Pero  cuando  la mierda  se escurre
 entre   los   ojos,   los   oídos,   los
 dedos,
            es difícil,
                        una tontería,
escaparse de la tentación
de caer
vertiginosamente.
Mejor vagabundear las calles y
caer
de vez en cuando
en   los   sucuchos   escondidos, 
donde la ciudad se vuelve
                       sentimental
            y saca a relucir
los trapos sucios.

Tierra  y  noche,  Ángel  nuevo. 
Entonces,    ahora    perdiguero: 
 anoto  las  calles  y  los  rostros. 
Porque  sé que mañana no habrá 
ciudad,  sino  un  charco  gigante
donde    los    escombros    floten
hasta el Llolleo.

                                              -Enoch.


Progreso
            
                         Bien quisiera él detenerse, despertar a los muertos
                         y recomponer lo despedazado 

                                                                 Walter Benjamin 

Cuando la Alameda termine de quemarse,
inhalarás y exhalarás azufre, Mateo.
Sabrás que tus hermanos ya no existen,
que eres uno en el universo.
Cuando la nafta termine de consumirse
serás rey, y reirás lleno de apoteosía.

No sabes que lloverá mañana
y que tu inocencia y tus llamas y tu rencor
son efímeros
como tu quijada indeseable y tu zizeo.

Que el agua consume más que el fuego, Mateo.

Pero estás feliz,
y corres como un cabro chico tras la pelota.
Estás haciendo el gol que nunca hiciste en el colegio.
Eres el más vío de tu barrio.

En tu mente, ves cómo tu madre se calcina,
cómo la cana se calcina,
cómo las micros se calcinan,
cómo la pega y la señora que no tienes
se calcinan
Y los amigos de mierda que no tienes
y los pacos,
y la pasta,
y tu astigmatismo,
y tu sueño de ser piloto
se calcinan.

Ya nadie te puede hacer daño.
Sólo el agua que consume más que el fuego, Mateo.

Al final, cuando las copas de los edificios
como zurullos en el charco
se asomen frente a tus ojos,
estarás sentado en el mojón más grande,
observando todo desde Tobalaba.
Hasta que te llegue el día en que mueras de pena.


Tres mil codos midieron 

Ahí Maneki Neko haciendo como nada,
la fiesta alrededor, las bestias.

Es como si el alcohol no tocara sus labios.

Ahí Maneki Neko sobre los amantes-manada
destrozando el departamento de alguien.

Sus cuerpos como torpes gigantes entre los edificios.

Y Maneki Neko, nada.
Marihuana, nada.
Sólo un extraño en la escena.
La vida en espera hasta el lunes.

Y ellos con cada caña, la vida,
llenos de coraje frente al absurdo.
Consientes de la levedad y del carajo.
Explotando el sin sentido y la culpa.

Negro y negro.

Oprimen y corrompen. Atacan y pelean.
Destrozan la tierra y traen pesar.
Nada de lo que comen les basta.
Ni cuando tienen sed quedan ahítos.


Un pueblito consumido por la barbarie 

Son las 10 de la mañana.
Estás en Carmen,
pero no hay gente transitando
las calles.

El piso está lleno de menús chinos.
Detrás de la esquina hay algo.

No soportas la estática,
te zumban las orejas
y te duele la guata.

Te pusiste los calcetines cambiados
y detrás de la esquina hay algo.

Parece que mientras hablas, nada.
Flotas. Hace cuatro días que deambulas.
Parece que te han dejado, quizás.

(Un sendero,
desciende)

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