miércoles, 21 de agosto de 2013

Prólogo y aproximación a una poética grupal

Nunca pensé que taller fuera sinónimo de escuela. O al menos no de escuela como hoy la entendemos, ya que repetir un modelo obsoleto es aún más idiota que creer en él. La educación vertical, la imagen de un profesor educando a sus alumnos desde programas que a veces ni él valida, es realmente descorazonadora. "Sobre todo en Chile", dirán ustedes. Y sí, sobre todo aquí, donde los estudiantes siguen siendo víctimas de modelos añejos, carcelarios y anacrónicos, reproductores de un conocimiento almacenado pero inútil, que pierde sentido cuando el joven se da cuenta que la competencia está por encima de la cultura, y que el éxito no se basa en lo que sus profesores le han enseñado, sino en lo que el papá tenga en el banco o lo que esté dispuesto a gastar.

Antes, en la Antigua Grecia, escuela era sinónimo de tranquilidad y esparcimiento, del ocio necesario para que la filosofía encienda las luces de la enseñanza, y no de un espacio cerrado donde el ser humano pierde los mejores años de su vida. Ese paradigma debe ser cambiado, y quizá un buen primer paso sea entender la sala de clases como el lugar donde profesor y alumno conviven de forma horizontal, para que así la respuesta deje de ser más importante que la pregunta, y el espíritu crítico vuelva a nosotros en gloria y majestad.

Con esta inquietud me propuse personalmente hacer talleres, y con nuevas inquietudes llegaron talleristas a participar de ellos, la mayoría desilusionados con su experiencia educativa en nuestro país, pero animados a su vez por los aires de cambio que hoy nos conducen hacia quién sabe dónde.

La propuesta era simple: crear un taller basado en la auto-gestión, donde el aporte voluntario de todos financiara el material necesario, y el trabajo en conjunto fuera el motor de la enseñanza. Así algunos fueron trayendo azúcar, alimentos, resmas de hojas y, por sobre todo, sus textos. Durante las clases revisamos dichos textos en conjunto, discutimos las lecturas e ideas que les planteo como grupo, y realizo sesiones técnicas de escritura basándome en los poemas que ellos mismos enviaron para postular al taller, haciendo hincapié en ciertos errores o resabios.

En verdad, tomando en cuenta el auge de la educación popular debido a la crisis del modelo imperante, estos talleres no resultan originales ni mucho menos vanguardistas con respecto a todo el movimiento que se está dando, pero hay algo en particular que sí me parece interesante: la motivación de este grupo de jóvenes por concretar este proyecto, identificados no sólo con su participación, sino también con su dirección y su propia identidad.

Por lo mismo, hoy el desafío es crear una poética grupal, una suerte de manifiesto poético que los identifique como equipo, donde también se dé el espacio para que cada uno destaque por sus propios méritos y capacidades, pero siempre sabiendo que nada sería posible sin el apoyo de sus pares. Porque la política en este caso no se dará sólo criticando lo que ya muchos odiamos, sino construyendo sólidamente la opción que entendemos como correcta, sabiendo que la palabra sigue siendo una de las mayores fuentes de creación.

Los 10 participantes de este taller son: Joan Cornejo, Cristopher Díaz, Alex Bay, Carla Trenfo, Matías Paredes, Grace Galdames, Camilo Suazo, Percy Fuentes, Ana Castro y Jorge Aburto.

Por Patricio Contreras N.

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